lunes, 30 de noviembre de 2009
Cosmogonía quelonia
martes, 6 de octubre de 2009
En otoño tomo tono tonto
Cuesta decir adiós al verano, casi todo el mundo se deja seducir por el calor del sol, o quizás por sus endorfinas, puede que incluso por la adicción a las endorfinas. Y si de seducción por las adicciones se trata, en eso soy experto. Por eso cuando cae el otoño, si se me permite la metaforización de la llegada del otoño como caída, algo dentro del alma, si se me permite el uso de alma como abstracción de el estado mental que se halla por debajo del umbral de consciencia, me aflige; vamos, que mi sentido racional se adormece con el canto de los gorriones y la caída de las hojas caducas de los árboles, y cierta melancolía me irracionaliza [sí, esta palabra no existe]. Siempre he sido un poco gilipollas, pero hasta cierto punto consciente de las causas que me llevaban a serlo [véase, por ejemplo, el post anterior]. Pero la llegada del otoño y mi consecuente aflicción siempre han sido, en cierto sentido, un enigma. Sobre todo viviendo en mi ciudad, el otoño amedrenta: el viento sopla, pero no arrasa con nada; la lluvia cae, pero a intervalos regulares y en medidas mínimas. En cierto sentido parece que el orden del universo no se lleva a cabo, y, mientras tanto, yo me recrimino de no ponerlo a punto. Quizás algún otoño de estos me vea obligado a matar a alguien, a atemorizar a ancianas por la calle o a cortar las luces del Corte Inglés, que parece que a todo el mundo apasiona. A lo mejor entonces me dejan de preocupar sandeces como el Tratado de Lisboa, la música o incluso el amor. Quizás así llueva en otoño, pero de verdad, que la lluvia me empape la cara y que no pueda fumarme el cigarrillo de las doce porque el agua lo ha dejado infumable. Que el viento no me deje caminar por las mañanas, que las ventanas se sacudan incesantemente y el ruido de los portazos mengüe el valor de hasta el castellano más bizarro. Que las hojas no sean víctimas de una estúpida e insípida caída, y que revoloteen por los barrios, por los parques, que suban hasta a la catedral y bajen, y se peguen en la cara de un ejecutivo, de un banquero o de un catedrático. Que jóvenes y ancianos se refugien en vastos abrigos y capas, y que callen los gorriones, que sólo busquen refugio. Sí, soy adicto al otoño de antaño, y la Castilla de antaño debería estar mordiéndose las uñas.
lunes, 5 de octubre de 2009
Yo y los cinco meses sin actualizar
Y, versionando a Dalí: «–¿Qué es la mierda? –La mierda soy yo.»
martes, 5 de mayo de 2009
Nueve pinturas
La primera pintura la hizo a los veinte minutos de su primera dosis (50 μg).

El médico que lo vigilaba observó que el paciente eligió comenzar dibujando a carboncillo.
El sujeto del experimento reportó: "Condición normal... sin efectos de la droga aún".
85 minutos después de la primera dosis y 20 minutos después de una segunda dosis administrada (también de 50 μg) el paciente parece eufórico.
"Te puedo ver con claridad, con mucha claridad. Esto... tú... es todo... Me está costando un poco controlar el lápiz. Parece que quiera seguir moviéndose sólo."

"Los contornos parecen normales, pero muy vívidos. Todo está cambiando de color. Mi mano tiene que seguir la vividez de las curvas de las líneas. Me siento como si mi consciencia estuviese en la parte de mi cuerpo que está activa ahora: mi mano, mi codo... mi lengua".

"Estoy intentando otro dibujo. Los contornos del modelo son normales, pero ahora estos de mi dibujo no lo son. El contorno de mi mano está volviéndose raro también. No es una pintura muy buena, ¿verdad? Lo dejo. Ahora lo vuelvo a intentar..."

"Haré un dibujo en una rúbrica... sin parar... ¡una línea, sin levantar el lápiz!"
Al completar el dibujo, el paciente comienza a reírse. Después, se sobresalta por algo del suelo.

"Estoy... todo está... cambiado... están llamando... tu cara... entretejida... quién es..." El paciente masculla algo inaudible (que parece "Gracias por la memoria"). Cambia el lápiz por la témpera.

"Esta será la mejor pintura, como la primera, pero mejor. Si no tengo cuidado perderé el control de mis movimientos, pero no lo haré, porque sé. Sé" (y lo repitió varias veces).
El paciente hace los últimos seis trazos del dibujo corriendo de un lado a otro de la habitación, y volviendo al bloc.

Cinco horas y cuarenta y cinco minutos después de la primera dosis, el paciente continúa moviéndose por la habitación, entrecruzándose con el espacio en complejas variaciones. Tarda una hora y media en volverse a sentar y dibujar. Parece haber sobrepasado el efecto de la droga.
"Vuelvo a sentir mis rodillas, creo que se me está empezado a pasar. Me está quedando un buen dibujo. Este lápiz es tedioso de agarrar", dice mientras sostiene una crayona.

Ocho horas después de la primera dosis, el paciente se sienta en la litera. Informa de que su intoxicación ha desaparecido, excepto por la ocasional distorsión de nuestras caras. Le pedimos que haga otro dibujo, y lo hace con poco entusiasmo.
"No tengo nada que decir sobre este último dibujo, es malo y sin interés, me quiero ir ya a casa".

Traducido de aquí.