martes, 9 de febrero de 2010

¡Nació el baile compadrito y orillero, guapo, futurista y nostalgioso!

-----Estación de tren. Alicia sin ciudad y el mundo a sus anchas colándose entre sus sinapsis nostalgiosas. Un adiós esperado, la rémora de un árbol que nunca plantó, y este tren esperándola a ella y a la muerte del presente. Una llamada de teléfono esperanzadora, falsa, vacua como el fundamento de su partida, completamente inesperada para aquel amanecer, y mucho menos para el detonante de la misma.

-----Una mirada parece desvanecerse entre ella y el mundo, quizás dirigida a un anciano de pelo agarrotado, o a esa niña juguetona que le arranca procaz los vestidos a su muñeca de plástico. El sueño de los domingos apacibles en su tierra, entremezclados con el sabor amargo por la partida inusitada, la partida inminente y el parto de emociones confusas que la arrojan al abismo del cambio, de la huida.

-----Punto y aparte. Calor. Sudor frío y arrugas surcando su frente.

-----Punto y aparte. Mención de honor y autocompasión irremediablemente justificable. Fin de la guerra del sexo y del sexo en la guerra. Fin del domingo como día recreativo, y del sábado como fin de semana. Fin del olor a nuez moscada los lunes por la tarde, los martes por la mañana y la madrugada del miércoles.

-----Punto final. Fin del amor como religión. Y el Sol aún gira alrededor de la Tierra.


lunes, 30 de noviembre de 2009

Cosmogonía quelonia

«Después de una conferencia sobre cosmología y sobre la estructura del sistema solar, una menuda y anciana señora se acercó a William James y le dijo que estaba equivocado si pensaba que la Tierra giraba alrededor del sol.
—Yo tengo una teoría mejor —dijo la anciana.
—¿Y cuál es, señora? —le preguntó James cortésmente.
—Que vivimos en un trozo de tierra que está en equilibrio sobre la concha de una tortuga gigante.
—Si su teoría es correcta, señora, —preguntó James— ¿sobre qué se apoya esa tortuga?
—Es usted un hombre muy inteligente, señor James. Es una pregunta muy buena, —contestó ella— pero yo tengo la respuesta. La primera tortuga está apoyada sobre la concha de una segunda tortuga mucho mayor.
—Pero, ¿dónde se apoya esa segunda tortuga? —insistió James pacientemente.
La dama respondió, triunfante:
—No siga por ahí, señor James, siempre hay una tortuga debajo.»

Adaptado de Ross (1967) por George Yule.




Fotografía de blogarte.com

martes, 6 de octubre de 2009

En otoño tomo tono tonto

Cuesta decir adiós al verano, casi todo el mundo se deja seducir por el calor del sol, o quizás por sus endorfinas, puede que incluso por la adicción a las endorfinas. Y si de seducción por las adicciones se trata, en eso soy experto. Por eso cuando cae el otoño, si se me permite la metaforización de la llegada del otoño como caída, algo dentro del alma, si se me permite el uso de alma como abstracción de el estado mental que se halla por debajo del umbral de consciencia, me aflige; vamos, que mi sentido racional se adormece con el canto de los gorriones y la caída de las hojas caducas de los árboles, y cierta melancolía me irracionaliza [sí, esta palabra no existe]. Siempre he sido un poco gilipollas, pero hasta cierto punto consciente de las causas que me llevaban a serlo [véase, por ejemplo, el post anterior]. Pero la llegada del otoño y mi consecuente aflicción siempre han sido, en cierto sentido, un enigma. Sobre todo viviendo en mi ciudad, el otoño amedrenta: el viento sopla, pero no arrasa con nada; la lluvia cae, pero a intervalos regulares y en medidas mínimas. En cierto sentido parece que el orden del universo no se lleva a cabo, y, mientras tanto, yo me recrimino de no ponerlo a punto. Quizás algún otoño de estos me vea obligado a matar a alguien, a atemorizar a ancianas por la calle o a cortar las luces del Corte Inglés, que parece que a todo el mundo apasiona. A lo mejor entonces me dejan de preocupar sandeces como el Tratado de Lisboa, la música o incluso el amor. Quizás así llueva en otoño, pero de verdad, que la lluvia me empape la cara y que no pueda fumarme el cigarrillo de las doce porque el agua lo ha dejado infumable. Que el viento no me deje caminar por las mañanas, que las ventanas se sacudan incesantemente y el ruido de los portazos mengüe el valor de hasta el castellano más bizarro. Que las hojas no sean víctimas de una estúpida e insípida caída, y que revoloteen por los barrios, por los parques, que suban hasta a la catedral y bajen, y se peguen en la cara de un ejecutivo, de un banquero o de un catedrático. Que jóvenes y ancianos se refugien en vastos abrigos y capas, y que callen los gorriones, que sólo busquen refugio. Sí, soy adicto al otoño de antaño, y la Castilla de antaño debería estar mordiéndose las uñas.

lunes, 5 de octubre de 2009

Yo y los cinco meses sin actualizar

Ha hecho falta que pusiesen Les glaneurs et la glaneuse... deux ans après en la 2 para que me acordase de que tengo un blog (debido a que publiqué hará medio año en este mismo blog la primera parte del documental). Y claro, entré, vi que hacía exactamente cinco meses que no actualizaba y me dije: «pues ya va siendo hora». Y aquí estoy, sin puta idea de qué escribir. Pero voy a matar el cliché autoimpuesto que versa «supérate a ti mismo» por el socialmente no menos aceptado «haz mierda, pero al menos haz algo», así que aquí estoy yo, cargado de mierda para todos; o, al menos, para aquellos que os paséis por aquí –supongo que tendréis una vida incluso más vacía que la mía, aunque es difícil–.



Y, versionando a Dalí: «–¿Qué es la mierda? –La mierda soy yo.»

martes, 5 de mayo de 2009

Nueve pinturas

Estas nueve pinturas fueron hechas por un artista bajo los efectos del LSD, como parte de un test realizado por el gobierno estadounidense durante su jugueteo con las drogas psicodislépticas a finales de los años cincuenta. Al artista le dieron una dosis de LSD-25 y acceso libre a una caja de materiales llena de lápices y ceras. El tema que debía dibujar era el estudiante de medicina que le inyectaba las dosis.

La primera pintura la hizo a los veinte minutos de su primera dosis (50 μg).


El médico que lo vigilaba observó que el paciente eligió comenzar dibujando a carboncillo.
El sujeto del experimento reportó: "Condición normal... sin efectos de la droga aún".

85 minutos después de la primera dosis y 20 minutos después de una segunda dosis administrada (también de 50 μg) el paciente parece eufórico.

"Te puedo ver con claridad, con mucha claridad. Esto... tú... es todo... Me está costando un poco controlar el lápiz. Parece que quiera seguir moviéndose sólo."

Dos horas y media después de la primera dosis, el paciente parece muy concentrado en la pintura.

"Los contornos parecen normales, pero muy vívidos. Todo está cambiando de color. Mi mano tiene que seguir la vividez de las curvas de las líneas. Me siento como si mi consciencia estuviese en la parte de mi cuerpo que está activa ahora: mi mano, mi codo... mi lengua".

Dos horas y treinta y dos minutos después de la primera dosis, el paciente parece adherido a su bloc de papel.

"Estoy intentando otro dibujo. Los contornos del modelo son normales, pero ahora estos de mi dibujo no lo son. El contorno de mi mano está volviéndose raro también. No es una pintura muy buena, ¿verdad? Lo dejo. Ahora lo vuelvo a intentar..."

Dos horas y treinta y cinco minutos después de la primera dosis, el paciente comienza otro dibujo rápidamente.

"Haré un dibujo en una rúbrica... sin parar... ¡una línea, sin levantar el lápiz!"

Al completar el dibujo, el paciente comienza a reírse. Después, se sobresalta por algo del suelo.

Dos horas y cuarenta y cinco minutos después de la primera dosis, el paciente intenta alcanzar la caja de materiales, agitado. Contesta despacio a la sugerencia de que quizás quiera dibujar algo más. Ha pasado a ser poco verbal.

"Estoy... todo está... cambiado... están llamando... tu cara... entretejida... quién es..." El paciente masculla algo inaudible (que parece "Gracias por la memoria"). Cambia el lápiz por la témpera.

Cuatro horas y veinticinco minutos después de la primera dosis, el paciente se retiró a la litera, tumbándose aproximadamente 2 horas, moviendo sus manos en el aire. Su vuelta a dibujar fue repentina y deliberada, cambiando a bolígrafo y acuarela.

"Esta será la mejor pintura, como la primera, pero mejor. Si no tengo cuidado perderé el control de mis movimientos, pero no lo haré, porque sé. Sé" (y lo repitió varias veces).

El paciente hace los últimos seis trazos del dibujo corriendo de un lado a otro de la habitación, y volviendo al bloc.


Cinco horas y cuarenta y cinco minutos después de la primera dosis, el paciente continúa moviéndose por la habitación, entrecruzándose con el espacio en complejas variaciones. Tarda una hora y media en volverse a sentar y dibujar. Parece haber sobrepasado el efecto de la droga.

"Vuelvo a sentir mis rodillas, creo que se me está empezado a pasar. Me está quedando un buen dibujo. Este lápiz es tedioso de agarrar", dice mientras sostiene una crayona.


Ocho horas después de la primera dosis, el paciente se sienta en la litera. Informa de que su intoxicación ha desaparecido, excepto por la ocasional distorsión de nuestras caras. Le pedimos que haga otro dibujo, y lo hace con poco entusiasmo.

"No tengo nada que decir sobre este último dibujo, es malo y sin interés, me quiero ir ya a casa".



Traducido de aquí.

martes, 14 de abril de 2009

Burroughs y los senadores sureños

"Hay constantes fracturas. Hileras íntegras ceden y se derrumban en nubes de óxido, muchachos onanistas que se masturban en lavabos escorados, urinarios de hierro que dejan una estela de exposición indecente, viejos en mecedoras que gritan eslóganes antifluoruro, un senador sureño saca del retrete la gorda cabeza de sapo y con inflexible autoridad rebuzna: «Yo propugno el extremo castigo en la peor forma que haya para cualquier convicto de traficar, transportar, vender o sorprendido de usar la sustancia narcótica conocida como nuez moscada... Quiero decir además que soy amigo sincero de los negros y que comprendo sus sencillas secesidades. Vaya, tengo aquí un buen morenito que me está limpiando el culo»."

La máquina blanda, William Burroughs.

lunes, 23 de marzo de 2009

Veintitrés de marzo

Unos días descubres el Spotify, o te pasas horas muertas sentado en unas escaleras escuchando Sigur Rós, mientras los turistas eslavos te rodean y fingen admirar la Casa de las Conchas. Aprendes una palabra nueva, una declinación latina, o pasas horas muertas enlazando en Wikipedia. Conoces a Jen Foster en el MySpace, o a John Frusciante, o simplemente lees a Haruki Murakami en una biblioteca. Rara vez te encuentras a un coro estadounidense en la Plaza Mayor de una ciudad castellana, pero a veces pasa. Y puede que el mismo día hables de Penélope Cruz en una cafetería con unos amigos, mientras el jazz del hilo musical te hace creer que en realidad tampoco es tan mala actriz...
Pero la realidad es que es mala actriz casi siempre. Y aun así, la vida sigue siendo maravillosa.